Por Cecilia Galatolo / FamilyandMedia
No todas las palabras son iguales: algunas edifican, animan, dan paz. Otras hieren, pesan, marcan.
Las palabras generan emociones, pensamientos. La comunicación que se establece entre las personas de algún modo construye siempre, para bien o para mal, la realidad que habitamos .
En el caso de la relación entre padres e hijos pequeños, la buena comunicación se basa también en el tipo de lenguaje utilizado, en la elección de las palabras que se dicen o no a un niño que está creciendo .
Ofrecemos a continuación algunos elementos de reflexión, cuatro frases que nunca deberían decirse a un niño y algunos consejos para reemplazarlas por oraciones más constructivas.
1. ¡Déjame en paz!
Puede parecer una frase banal: es una de esas expresiones que salen sin querer, quizás en un momento de cansancio, enfado y estrés (¿quién no pierde nunca la paciencia?), pero pensemos un momento lo que estamos comunicando cuando decimos una frase como esta y qué puede pasar si, en lugar de decirlo solo cuando estamos al límite del aguante, se convierte en parte de nuestro lenguaje habitual.
Decir a un niño con demasiada frecuencia frases como: “déjame en paz”, “no me moleste”, “estoy ocupado”, corre el riesgo de traer a un niño un mensaje peligroso: “No tengo tiempo para ti”, “Eres menos importante que las demás cosas que debo hacer” .
De esta manera, además de sentirse frustrado hoy, será difícil para un hijo tener un diálogo mañana, confiar en nosotros.
En lugar de frases tajantes que colocan al hijo en una situación de rechazo, es mejor explicarle lo que se está haciendo y la razón de la ausencia temporal: “mamá (o papá) tiene que acabar un asunto importante; si sigues dibujando unos minutos más, estoy contigo en cuanto termine”.
2. ¡Eres …!
“Eres malo”, “eres molesto”, “eres odioso”, “¿es que eres tonto?” y otras etiquetas de este tipo no ayudan al niño a mejorar. En estas oraciones, de hecho, no hay una sugerencia de “hacer las cosas mejor”, o una indicación del error cometido, sino sólo un juicio, que aparece casi sin apelación.
Debemos pensar también que las etiquetas, especialmente cuando son negativas, se adhieren a los niños y se convierten casi en profecías que luego se cumplen: El niño se reconocerá en esas denominaciones, pensará que “lo definen como persona” y comenzará a comportarse en consecuencia.
Incluso, una etiqueta positiva puede llegar a ser “agotadora”: un niño al que siempre se le dice que es “muy inteligente”, podría sentir una gran expectativa sobre sí mismo y vivir con miedo a decepcionar.
Un enfoque más conveniente puede ser abordar los comportamientos individuales uno por uno: “al pegar a tu compañero te has equivocado”, “cuando te comportas así, tu hermana llora, se siente mal”, “a mamá no le hace gracia lo que ha pasado, pero vamos a ver juntos cómo se puede arreglar”, “¡te has portado muy bien terminando tan deprisa los deberes!”
3. ¡No llores!
Un niño llora porque no sabe expresar con palabras lo que siente; es su lenguaje , por irritante que pueda ser para un adulto escuchar a menudo berridos y lloros. Si decimos frases como “no estés triste”; “no seas un bebé”; “no hay razón para tener miedo”, nos arriesgamos a “menospreciar la emoción” que siente en lugar de ayudarle a “darle forma”. Decirle que no debe llorar o que no hay razón para estar triste es mandarle este mensaje: “tus emociones no son válidas”. En lugar de negar las emociones de un niño, es mucho mejor mostrarle que se reconoce lo que siente, por ejemplo: “te da mucho miedo este perro, ¿verdad? Pero es bueno: no muerde, mira, le gustan las caricias”, “¿estás triste porque no quiere jugar contigo?”, “es normal que tengas miedo a las olas, pero te tengo bien agarrado y no te pasará nada malo”.
Es importante llamar por su nombre a las emociones que siente el niño. “¿Estás enfadado?”, “¿estás contento?”: de esta manera, aprenderá a gestionarlas y a no agobiarse. Más adelante, gracias a nuestro trabajo, aprenderá a describir lo que siente sin echarse en lágrimas.
4. ¿Por qué no eres como tu hermano(a)?
Si se tiene más de un hijo es casi fisiológico caer en la tentación de comparar a los hermanos. “Tu hermana se pone sola los zapatos… ¿por qué tú no puedes?”. Pero es bueno saber que cada niño es único, tiene sus propios tiempos, sus propias debilidades y fortalezas… Debemos tener la paciencia de dejar que cada niño crezca a su ritmo, con su carácter y su personalidad.
Además, las continuas comparaciones no mejoran los comportamientos; por el contrario, estar constantemente bajo presión por algo a lo que uno no se siente preparado o capaz de hacer, o que no le gusta, puede ser una fuente de frustración y comprometer la autoestima.
Al contrario, es mejor apoyar los triunfos y poner como ejemplo lo que sabe hacer: “¡muy bien, te has puesto solo los calcetines!”, así lo animaremos a superarse cada vez más.
*Colaboración de www.FamilyandMedia.eu para LaFamilia.info